Señora Presidenta, Miembros del Parlamento, Señoras y Señores,

Muchas gracias por la oportunidad de dirigirme a ustedes hoy, Día de Europa, en este lugar tan especial.

Es para mí un honor y una emoción recibir esta invitación para dirigirme a ustedes.

Honrado, porque ustedes son los diputados libremente elegidos que representan a 450 millones de europeos, los ciudadanos de Europa.

Conmovido, porque el 9 de mayo ofrece la única respuesta verdadera y con visión de futuro a la Guerra Mundial desatada por Alemania, la respuesta al nacionalismo destructor y a la megalomanía imperialista.

Hace hoy 73 años, el Ministro de Asuntos Exteriores francés Robert Schuman propuso la creación de una nueva "Europa organizada y viva".

El primer paso fue la comunitarización del carbón y del acero.

Es decir, de los mismos bienes que durante décadas habían estado en el centro de la producción armamentística.

Armas que nuestros abuelos y bisabuelos se dispararon unos a otros.

El sueño de los padres y madres de Europa era acabar de una vez por todas con este ciclo asesino.

Este sueño se ha hecho realidad.

Tenemos la suerte de que la guerra entre nuestros pueblos sea impensable gracias a la Unión Europea.

Pero si observamos la vecindad inmediata de nuestra UE, queda devastadoramente claro que este sueño no es una realidad en todos los países de Europa.

Con gran sacrificio, el pueblo de Ucrania defiende cada día su libertad y su democracia, su soberanía y su independencia de un brutal ejército de invasión ruso.

Les apoyamos en este empeño.

Los padres y madres fundadores de lo que sería la Unión Europea encomendaron a la Europa en vías de integración una misión que iba mucho más allá de su pacificación interna.

Tenían claro que Europa tenía una responsabilidad global, ¡porque la prosperidad de Europa es indivisible de la prosperidad del resto del mundo!

La Declaración Schuman lo expresa así: "Esta producción [de carbón y acero] se ofrecerá al mundo en su conjunto sin distinción ni excepción, con el fin de contribuir a elevar el nivel de vida y a promover logros pacíficos.

Con mayores recursos, Europa podrá proseguir la realización de una de sus tareas esenciales, a saber, el desarrollo del continente africano".

En aquel entonces, este objetivo, "el desarrollo del continente africano", se contraponía ante todo a la explotación colonial que Europa ejercía sobre nuestro continente vecino africano.

Sólo por esta razón, la superación de las consecuencias del colonialismo debe ser un aspecto esencial de cualquier asociación europea con países de África, Asia y América Latina.

Dichas asociaciones deben abandonar la visión eurocéntrica de décadas pasadas.

Deben ser asociaciones que no sólo pretendan tener lugar a la altura de los ojos, sino que lo garanticen.

Establecer tales asociaciones me parece más importante que nunca.

450 millones de ciudadanos, y quizá tras la próxima ampliación, 500 millones, viven en la UE. Eso es sólo el cinco por ciento de la población mundial.

Están surgiendo nuevos pesos pesados económicos, demográficos y políticos en Asia, África y América Latina, y eso es, por cierto, un logro debido a los esfuerzos concertados de países y continentes que han sacado de la pobreza a mil millones de personas.

No se conformarán con un orden mundial bipolar o tripolar, y con razón.

Por eso creo firmemente que el mundo del siglo XXI será multipolar, como ya lo es desde hace tiempo.

Pero, ¿qué significa esto para nosotros en Europa?

¿Se convertirá Europa en lo que el escritor francés Paul Valéry dijo que era en realidad: una insignificante estribación, un afloramiento en el continente asiático?

No responderemos a esta pregunta mirando hacia atrás.

Cualquiera que se aferre nostálgicamente a un sueño de dominio europeo, que sirva fantasías de que su nación es una gran potencia, está atrapado en el pasado.

Tampoco heredarán el futuro quienes advierten permanentemente del declive de Europa.

Entre otras cosas porque subestiman totalmente un factor: La capacidad de Europa para cambiar y actuar.

Hemos demostrado esta capacidad una y otra vez en las crisis de los últimos años y de la actualidad. Basta pensar en cómo superamos el último invierno, tirando juntos, actuando solidariamente y unidos con socios de todo el mundo.

De todo ello debemos extraer las tres lecciones siguientes:

Primero, el futuro de Europa está en nuestras manos.

En segundo lugar, cuanto más unidos estemos en Europa, más fácil nos resultará garantizarnos un futuro brillante.

Y tercero, lo que necesitamos ahora es más apertura y cooperación, no menos.

Para garantizar que Europa ocupe una posición sólida en el mundo de mañana.

Una posición que no sea ni superior ni inferior a la de otros países y regiones. Sino en pie de igualdad con ellos, a su lado. Para lograrlo, la Unión Europea debe cambiar.

Necesitamos una UE geopolítica, una UE ampliada y reformada y, por último, pero no por ello menos importante, una UE que abrace el futuro. Veo al Parlamento Europeo como una fuerza motriz y un aliado en todos estos esfuerzos.

Tomemos como ejemplo la creación de una Europa geopolítica.

Hace 50 años, aquí, ante el Parlamento Europeo, Willy Brandt proclamó su necesidad existencial.

"La unificación de Europa", dijo, "no es una mera cuestión de calidad de nuestra existencia. Es una cuestión de supervivencia entre gigantes y en el accidentado mundo de los jóvenes y los viejos nacionalismos."

El Parlamento Europeo siempre ha actuado de acuerdo con esta máxima, algo que le agradezco enormemente.

Usted actúa de acuerdo con ella cuando defiende la fuerza de la ley. Y cuando sigue recordándonos a todos que Europa sólo será escuchada si habla con una sola voz.

La brutal guerra de agresión de Rusia contra Ucrania nos ha demostrado recientemente lo indispensable que es esto.

Y, en consecuencia, la Unión Europea pocas veces ha estado más unida que ante esta despreciable ruptura del orden de paz europeo e internacional.

Esta experiencia puede constituir el cimiento sobre el que fundar una Europa geopolítica.

En cuanto al cómo, hice algunas sugerencias el verano pasado cuando visité la Universidad Carolina de Praga.

Entre ellas figura una coordinación mucho mayor de nuestros esfuerzos en materia de defensa y el desarrollo de una economía de defensa europea integrada.

El Fondo Europeo para la Paz, la adquisición conjunta de munición en beneficio de Ucrania, una cooperación más estrecha en defensa antiaérea entre muchos de nuestros países, nuestra Brújula Estratégica, la estrecha cooperación entre la OTAN y la UE... todos ellos son planteamientos sólidos que deseamos intensificar y acelerar.

Debemos marcar el rumbo de la reconstrucción de Ucrania ya en esta fase.

Es cierto que esto requiere capital político y financiero, y seguirá haciéndolo a largo plazo.

Pero también representa una gran oportunidad, no sólo para Ucrania, sino para toda Europa. Porque una Ucrania próspera, democrática y europea es la refutación más inequívoca de la política imperial, revisionista e ilegal de Putin en nuestro continente.

Europa también debe resistir la competencia mundial de otras grandes potencias.

Los Estados Unidos de América siguen siendo el aliado más importante de Europa.

Y debemos recordar que en la medida en que invirtamos más en nuestra seguridad y defensa, en resiliencia civil, en soberanía tecnológica, en cadenas de suministro fiables, en nuestra independencia respecto a materias primas críticas, en esa medida seremos mejores aliados de nuestros amigos transatlánticos.

Nuestras relaciones con China se describen acertadamente como triples, con China como nuestro socio, competidor y rival sistémico -aunque la rivalidad y la competencia han aumentado ciertamente por parte de China.

La UE lo ha visto y está respondiendo a ello. Estoy de acuerdo con Ursula von der Leyen: el camino no pasa por la disociación, sino por la disociación inteligente.

Los países del Sur Global son nuevos socios, cuyas preocupaciones e intereses legítimos nos tomamos en serio.

Por eso es tan importante que Europa trabaje con rigor y espíritu solidario por la seguridad alimentaria y la reducción de la pobreza, para que cumplamos las promesas que hemos hecho con respecto a la protección internacional del clima y del medio ambiente.

Una Europa geopolítica también debe tener en cuenta lo siguiente:

Es más que sensato que concluyamos rápidamente nuevos acuerdos de libre comercio: con Mercosur y México, con India, Indonesia, Australia, Kenia y, a más largo plazo, con muchos otros países.

Acuerdos justos que fomenten el desarrollo económico de nuestros socios y no lo obstaculicen.

Justos significa, por ejemplo, que la primera transformación de las materias primas se realice allí donde se extraen, y no en China o en cualquier otro lugar.

Si afianzamos esta idea en nuestras relaciones comerciales, estaremos haciendo también mucho por diversificar nuestras fuentes de suministro.

Europa debe escuchar al mundo.

Si seguimos negociando infructuosamente nuevos acuerdos de libre comercio durante años, serán otros los que establezcan las reglas, con normas medioambientales y sociales menos estrictas.

El año pasado ya tomamos una decisión clave sobre la configuración de una Europa geopolítica.

También en este caso el Parlamento Europeo fue una fuerza motriz.

Optamos por una Europa más grande.

Dijimos a los pueblos de los Balcanes Occidentales, de Ucrania, Moldavia, y en el futuro al pueblo de Georgia: nos pertenecéis. Queremos que forméis parte de la Unión Europea.

Y no es sólo una cuestión de altruismo.

Es una cuestión de nuestra credibilidad y de razón económica. Y es una cuestión de salvaguardar de forma duradera la paz en Europa tras la "Zeitenwende" (línea divisoria) de la guerra de agresión de Rusia.

Una Europa geopolítica también se medirá por el cumplimiento de sus promesas a sus vecinos directos.

Una política de ampliación honesta significa cumplir nuestras promesas, especialmente con respecto a los países de los Balcanes Occidentales, a los que ya hace 20 años indicamos que la adhesión era posible.

Por supuesto, el proceso de normalización de las relaciones entre Serbia y Kosovo debe continuar, y las reformas deben avanzar en los países candidatos.

Por supuesto, la valentía política de Macedonia del Norte debe conducir a un progreso más rápido hacia la adhesión.

Pero, por supuesto, los progresos también deben ser recompensados por nosotros, de lo contrario la política de ampliación perderá su atractivo - y la UE perderá su influencia y su atractivo.

Y, para ser sinceros, debemos admitir que una UE ampliada debe ser una UE reformada.

Dicho esto, la ampliación no debe ser nuestro único motivo de reforma, sino más bien el punto de llegada de nuestras reformas.

Celebro expresamente que el Parlamento Europeo esté trabajando en propuestas de reforma institucional, propuestas que no ahorran al propio Parlamento.

Seguiré promoviendo el debate de estas ideas en el Consejo Europeo.

Algunas cosas no hace falta decirlas.

Tenemos que tomar más decisiones del Consejo sobre política exterior y fiscalidad por mayoría cualificada.

Continuaré mi campaña de persuasión en este sentido.

El amplio apoyo de sus filas es muy bienvenido.

A los escépticos, permítanme decirles: no es la unanimidad, no es el acuerdo al cien por cien sobre todas las decisiones lo que crea la mayor legitimidad democrática posible.

Al contrario.

Es el trabajo y la lucha por las mayorías y las alianzas lo que nos distingue como demócratas.

La búsqueda de compromisos que también hagan justicia a los intereses de la minoría es precisamente lo que encierra nuestra forma de entender la democracia liberal.

En mi opinión, insistir en el respeto de los principios democráticos y del Estado de Derecho en la UE es una condición sine qua non para seguir avanzando.

También en esto sé que una gran mayoría de ustedes está de acuerdo conmigo.

Así pues, ¿por qué no aprovechamos el próximo debate sobre la reforma de la UE para reforzar a la Comisión Europea a fin de que inicie procedimientos de infracción siempre que se vulneren nuestros valores fundamentales: libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y defensa de los derechos humanos?

Señorías,

Hay otro elemento clave que no podemos ignorar, al que he aludido antes.

Los europeos debemos abrazar el futuro, sin peros.

Eso significa, en primer lugar, resolver los problemas persistentes que nos paralizan desde hace años. Los problemas que hacen que otros países puedan dividirnos con demasiada facilidad y enfrentarnos unos a otros.

Me refiero, por ejemplo, a la gestión de la inmigración forzosa.

Por supuesto, lo que necesitamos al final es una solución que haga justicia a nuestra ambición de mantener la solidaridad europea.

Pero no debemos sentarnos a esperar que esta solidaridad descienda hasta nosotros casi como el Espíritu Santo.

Europa, como escribió Robert Schuman hace ahora 73 años, se construye con "realizaciones concretas", con "solidaridad de hecho".

Así pues, hago un llamamiento urgente para que, antes de las elecciones al Parlamento Europeo, pongamos por fin el sello a los progresos que hemos realizado en la reforma del Sistema Europeo Común de Asilo en el Consejo, tras largas y arduas negociaciones.

Su acuerdo sobre una posición negociadora para los elementos centrales de esta reforma el mes pasado fue un paso muy importante en esta dirección. Ahora debemos esforzarnos al máximo para llevar este trabajo a buen puerto.

Sin duda compartimos el objetivo de gestionar y estructurar mejor la inmigración irregular, sin traicionar nuestros propios valores.

Hay un aspecto que podríamos aprovechar mucho más de lo que lo hemos hecho hasta ahora: en muchas partes de Europa se necesitan ahora desesperadamente trabajadores, también de terceros países.

Si vinculamos sistemáticamente estas oportunidades de migración regular con el llamamiento a los países de origen y tránsito para que acojan a quienes no tienen derecho a permanecer aquí, todos saldremos beneficiados.

Las medidas para proteger eficazmente nuestras fronteras exteriores también forman parte de ello, como se acordó en el Consejo Europeo de febrero.

Veremos entonces cómo crece la aceptación de una inmigración inteligente, gestionada y controlada en nuestros países.

De este modo, daremos la espalda a quienes basan su política en el miedo y el resentimiento.

Abrazar el futuro también significa abordar con determinación la que presumiblemente es la mayor tarea a la que nos enfrentamos. Me refiero a la marcha de nuestros países, nuestras economías y sociedades hacia un futuro climáticamente neutro.

La primera revolución industrial empezó aquí, en Europa. ¿No tenemos que esforzarnos por garantizar que Europa también desempeñe un papel decisivo en la configuración de la próxima gran transformación, en beneficio de todos?

No hace falta que les hable de las oportunidades que este nuevo comienzo brinda a Europa. Lo importante es que los ciudadanos de nuestros países también lo perciban en su vida cotidiana.

Quizá porque la electricidad procedente de energías renovables sea más asequible en el futuro, porque haya suficientes estaciones de carga para coches y camiones eléctricos en toda Europa, porque surjan nuevos puestos de trabajo orientados al futuro en el sector energético o en la industria de los chips, porque las tecnologías que el mundo entero necesita para la transformación hacia la neutralidad climática se estén desarrollando y comercializando aquí, en Europa.

Dar forma de manera ambiciosa a esta transformación sin dejar a nadie atrás: ése es el proyecto clave que definirá nuestro futuro, el proyecto detrás del cual los europeos debemos unirnos.

Citando a Oscar Wilde, "El futuro pertenece a aquellos que reconocen las posibilidades antes de que sean obvias".

No pertenece a los que se revuelcan en la nostalgia.

Y desde luego no pertenece a los revisionistas que sueñan con la gloria nacional y anhelan el poder imperial.

Los ucranianos están pagando con sus vidas este engaño de su poderoso vecino.

A 2200 kilómetros al noreste de aquí, en Moscú, Putin hace desfilar hoy a sus soldados, tanques y misiles.

No nos dejemos intimidar por tales manifestaciones externas de poder.

Mantengámonos firmes en nuestro apoyo a Ucrania, mientras sea necesario.

Al fin y al cabo, ninguno de nosotros quiere volver a la época en que la ley de la selva imperaba en Europa.

Cuando los países más pequeños tenían que someterse a los más grandes.

Cuando la libertad era un privilegio de unos pocos y no un derecho fundamental de todos.

Nuestra Unión Europea -unida en su diversidad- es el mejor seguro para evitar el regreso a ese pasado.

Y por eso el mensaje que emana de este 9 de mayo no es el que suena desde Moscú.

Es nuestro mensaje y es: el pasado no triunfará sobre el futuro.

Y el futuro -nuestro futuro- es la Unión Europea.

Muchas gracias a todos.

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